El francés Sebastián Castella desoreja al cuarto de la tarde. Un día más se colgó el cartel de «No hay Billetes» demostrando así que la Fiesta está más viva que nunca.
Tuvo que ser en la octava corrida de San Isidro, noveno festejo del serial, cuando se abriera de par en par la Puerta Grande de la Plaza de las Ventas para que el torero francés Sebastián Castella, saliera en volandas llevado por los aficionados en loor de multitudes.
Dos orejones cortados a ley a un bravo toro de la ganadería de Jandilla de nombre “Rociero” que hizo las delicias de la afición venteña. Con ese nombre no podía fallar, y que Sebastián vestido con un terno blanco y plata paseó dando la vuelta al ruedo sin una nota discordante en los tendidos que no es poco para los tiempos que discurren por estos lares.
Los toros en el día de hoy pertenecían a la ganadería de Jandilla, los cinco primeros que saltaron a la arena y de Vegahermosa el corrido en sexto lugar. Flojos en líneas generales, con clase el mencionado «Rociero», como casi todos los demás a excepción del anclado quinto y el sexto que se defendió demasiado.
Bien presentados y con orígenes de Juan Pedro Domecq por la vía del Marqués de Tamarón y Conde de la Corte, partiendo estos del primigenio encaste de Vistahermosa. Han predominado en el día de hoy los de capa negra a pesar de tener algo de sangre de Veragua, casta Vazqueña, por otra línea de origen, bien armados, musculados, de honda caja alguno y badanudos otros que no se hubieran protestado a no ser por su blandeza de salida y por apretar al señor del palco, D. Eutimio Carracedo, que volvía a presidir una corrida después de las nefastas decisiones tomadas días atrás y que provocaron el gran cabreo de los aficionados, pero hoy se ha portado el hombre y no ha sacado su pañuelo azul y eso que el cuarto toro ha sido, a mi juicio, mejor que el de Garcigrande del día 11. Las cosas en su sitio.
De nuevo cartel de “NO HAY BILLETES”, tendidos abarrotados y ambiente extraordinario. De esta guisa y tras sonar clarines y timbales hicieron el paseíllo el francés de Béziers, Sebastián Castella, el alicantino José María Manzanares y el sevillano Pablo Aguado.
Sebastián Castella se abrió de capa en su primero tratando al toro con suavidad aunque sale suelto y manseando de los lances, acude dos veces al caballo y ya en el tercio de muleta los doblones por bajo hacen que el toro acuse la blandeza inicial perdiendo las manos. El torero saca alguna serie con limpieza con la mano izquierda a pesar de que el toro puntea el engaño con la cara alta defendiéndose. El toro es noblote pero apenas tiene celo ni ganas de emplearse, aun así Castella está muy digno con el animal ya venido a menos, entra a matar y deja una estocada muy baja de la que el matador pide perdón llevándose la mano al corazón. Silencio.
El segundo de su lote fue otro cantar, un toro de buenas hechuras y unos cuartos delanteros muy desarrollados, un auténtico tío al que lidia José Chacón de forma extraordinaria. Galopando con prontitud llega el toro a la muleta y Sebastián se pasa al toro muy cerca con unos estatuarios fenomenales sin rectificar en ningún momento, le da distancia al toro y ahí empezó todo. Muletazos en series con la derecha de trazo interminable siempre muy por abajo exigiendo mucho al toro que responde extraordinariamente bien. Naturales perfectos de principio a fin, que levantan al público de sus asientos, derroche de temple y colocación, faena cumbre que remató con espadazo de perfecta ejecución y colocación, ahí queda eso. Por poner una pega de aficionado extremadamente exigente, creo que sobraron algunas manoletinas finales y que el toro en un derrote inesperado desarmó al de Béziers, pero no me lo tengan en cuenta por favor pues el delirio en los tendidos fue un éxtasis general y se mirase donde se mirase, era un flamear de pañuelos total. Dos orejas y Puerta Grande para el galo sin discusión.
José María Manzanares en su primera comparecencia del ciclo se metió en algo muy similar al nombre del toro que salió por la puerta de toriles y de nombre «Lodazal». El animal sale suelto de la sábana, perdón, del capote de Manzanares, que se lo saca a los medios comprobando que el pitón izquierdo no es el más claro ya que tiene tendencia a acostarse por el mismo.
En la cortina de salón, perdón, quiero decir muletón, perdón de nuevo, muleta Manzanares se dobla con el toro. El pitón derecho es el bueno pero si le obliga pierde las manos. El toro tiene clasecita pero hay que llevarlo muy toreado por abajo y el alicantino lo hace pero con un toreo demasiado de periferia sin apreturas, demasiado despegado y corriendo riesgo para la integridad del ojo derecho del animal al pasar siempre muy próximo a la punta de la espada del torero. Series limpias pero con el toro circulando por la M30. Estocada baja de torero y toro al suelo. Con lo bien que mataba tiempo atrás. Silencio.
El quinto sale codicioso al capote de Manzanares y le pega una serie de verónicas bastante buenas que remata con una revolera. Busca el abrigo de las tablas en el “caladero” del 4 donde es fácil pescar aplausos y olés, pero el toro le cuesta pasar y poco a poco se va afligiendo hasta llegar a pararse. Lo prueba con la izquierda y no hay nada que hacer, vuelta a la mano derecha y tampoco. Voluntad y esfuerzo no escatima el torero pero ante lo imposible coge el acero y cobra una buena estocada después de un pinchazo inicial. Silencio del respetable.
El tercer espada Pablo Aguado recibe con verónicas a su primer oponente, un toro bien hecho y con cuello desarrollado que se emplea bien en los lances y galopa en el primer tercio acudiendo al caballo. Igual hace en banderillas acudiendo pronto a los cuarteos de los banderilleros. Con la muleta el sevillano le administra cierto temple llevándose al toro a terrenos del 4, ¿qué chollo habrá allí?, y a base se insistir, saca algún muletazo con la zurda de uno en uno. El toro se va viniendo a menos por momentos pues el animal no es un dechado de fortaleza precisamente, es imposible con un toro así. Media estocada y el animal se echa para que Pascual Mellinas le remate con la puntilla. Silencio.
El sexto era un toro de Vegahermosa que a pesar de ser el de más peso de la corrida era el de apariencia más terciada, cae de una forma extraña volando por los aires en el primer encuentro capotero de Aguado que no puede lucirse con el percal y eso que es uno de sus fuertes. Derriba con estrépito al caballo que monta Mario Benítez al coger al equino por el pecho y el picador se toma venganza en el segundo encuentro y sale con las fuerzas muy mermadas. Con la muleta el toro se defiende sin emplearse nada, el sevillano trata de estructurar una faena que es imposible empeñándose con ambas manos y llega a sacar algún natural pero lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible. El animalito no pasa y encima echa la cara por las nubes a la hora de pasar con la espada en la suerte suprema y tras una serie de pinchazos necesita del verduguillo para acabar con el desagradable e incómodo toro. Se silenció su labor. Aguado no ha tenido suerte en el sorteo esta tarde pero no debe ponerse tan pesado cuando se ve que no puede haber lucimiento.
Y hasta aquí la crónica de hoy con la felicidad como aficionado de ver una Puerta Grande de las de mérito de verdad y de ver toreo del caro a cargo del maestro Sebastián Castella.
Pasado mañana más y mejor que mañana me ha dado libre el director de Cargando la Suerte por ser corrida de rejones.
Crónica: Tomás Mata Menchero.
Galería fotográfica: © Alfredo Arévalo (Plaza 1).