El jurado dictaminó un doble empate entre el toledano y el guadalajareño. Carlos Aranda no se quedó atrás obteniendo tres orejas de una noble novillada de Martin Carrasco.
Concluyó con la final de este domingo el primer certamen “Villa de La Solana” que la empresa “Romartoros” propuso como aliciente para el escalafón novilleril, el cual conforman el futuro de la tauromaquia en los próximos años. Los manchegos Aranda, Olmos y Hernández se batieron el oro de sus vestidos ante una novillada noble de Martin Carrasco, de bonita lámina, agradable para los chavales y a la que le faltaron finales para que el duelo alcanzara mayores cotas, aun así, hubo contenido por parte de los tres.
Decepcionó la labor del palco presidencial, en primer lugar, variando totalmente en el baremo, criterio y formas de equiparar los trofeos, algo extraño. Además, teniendo varios detalles de poca atención y seriedad con la lidia, despistes a la hora de atender las peticiones de los actuantes en algún permiso o cambio de tercio, acompañando todo esto de un semblante risueño y jocoso, en una muestra de poco respeto y seriedad hacia el espectáculo en general, y por supuesto con el aficionado y los profesionales.
Carlos Aranda se encontró abriendo plaza con un novillo que de haber salido en cuarto lugar hubiese lucido mucho más, ya que siempre el comienzo de los festejos suele pesar en el primer episodio. “Mosquetero” desarrollaría nobleza, humillación y entrega durante su lidia, sobre todo ante la muleta templada de Aranda. En los primeros tercios no tuvo continuidad como así quedó patente en el quite por gaoneras, pensándoselo mucho.
Los ayudados por arriba de inicio le vendrían bien para ir hacia delante y de manera más continua, dejando el daimieleño una trinchera de cartel. De mitad de trasteo en adelante compuso Aranda la figura al natural, llevando la humillada embestida del animal. Con las dos rodillas en tierra sembró la actuación de arrojo y exposición. La estocada algo trasera y ligeramente desprendida hizo que cayera el doble de trofeo.
Ante el cuarto de la tarde que brindó al Doctor Masegosa, tuvo Aranda que vestir el mono de trabajo, del esfuerzo y de la disposición para ponerle al castaño de Martin Carrasco lo que le faltaba, que fue mucha vida. No hubo opción de hacer el toreo, pero si de llegar al tendido por la vía del molinete o la manoletina como epilogo, ejecutado todo ello sin descomponer un concepto de torería, siempre latente en el daimieleño. Se fue detrás de la espada como una vela, tan derecho que el novillo lo prendió de fea manera por el bajo vientre, suspendiéndolo en el aire durante un momento de angustia. Se repuso Carlos del golpe a duras penas por la conmoción lógica, para dejar una estocada muy defectuosa que enmendó al tercer intento, dejando el acero arriba y utilizando la cruceta. Oreja al gran esfuerzo realizado.
Ignacio Olmos salió arreando con la larga de rodillas para recibir a “Niñato” un utrero gordito que se iría diluyendo con el paso de la lidia, con poquito fondo y quizá algo mermado por la voltereta en el inicio de la faena. El rubio de Urda tiene “cosita”, se pone en el sitio, se nota que le da importancia a la colocación y en todo momento le anda hacia delante a los novillos, les carga la suerte y no necesita forzar la figura porque le acompaña la expresión corporal. Los tiempos, las pausas y el temple en las cercanías construyeron las bases de su labor. Con la espada le hizo un monumento a la suerte suprema, tirándose muy derecho, muy puro y si me lo permiten añadir, hasta templado a la hora de ejecutar. Solos sus dos estoconazos hoy merecieron una Puerta Grande.
El quinto tuvo muy seco el pozo de la casta. Se la jugó en banderillas Daniel Palencia, quien se asomó al balcón exponiendo una barbaridad, siendo obligado a saludar. El inicio de faena intentó Olmos salir andando hacia los medios, pero ya faltaba acometividad en el de Martin Carrasco. Aun así, le robó varios muletazos, alguno al natural, con muy buen trazo. Los oportunos toques en el arrimón y la buena colocación hicieron exprimir las pocas opciones de un novillo al que iba a atronar con un nuevo espadazo de antología. Dos orejas.
Victor Hernández, quien resultó triunfador en la tarde anterior, se chocó ante un muy deslucido tercer novillo, el cual no le iba a dejar ningún resquicio por el que insertar su concepto, que es el de la pureza, la rectitud y el sorprendente clasicismo que es capaz de imprimir.
Hernández no necesita “vender” al tendido ninguna faceta de su lidia, ya que su asentamiento de plantas, su concepto y su manera de expresarse son más que suficientes para calar. En el recibo capotero al sexto, manejó un capote lacio, y en el que se pudo apreciar en el anverso el grabado de Talavante, con el que la tauromaquia de Hernández se puede asemejar, no es mala la referencia ni la comparación, aunque estas sean a veces odiosas.
El torero buscó el celo del novillo, el cual le ofrecería más que celo, nobleza. El de Guadalajara no podía quedarse atrás y saco todo un arsenal de raza con el gobierno en todo momento de un concepto claro, el de la pureza. Hernández encontró el equilibrio perfecto, entre el arrojo por el cual conectó con el tendido y la manera de hacerle las cosas a “Doctor” el cual sería premiado con una excesiva vuelta al ruedo. Las bernadinas del final de su faena terminaron por poner al rojo vivo al tendido solanero, que tras el espadazo arriba pidió los máximos trofeos, siendo otorgados.
El fallo del jurado decidió dejar el resultado de las votaciones en un doble empate que hacían ganadores del certamen a Olmos y Hernández, hecho que dejó en el ambiente una sensación fría y poco entendible, como también lo fue la salida a hombros del mayoral. Estamos en tiempos de ver los vasos medio llenos, de apoyar, de ayudar, de impulsar, muy bien, pero con ciertos límites de criterio, seriedad y rigor, los cuales propiciaran que la tauromaquia siga siendo, ese universo de sensaciones tan singular y único como es el que se vive en una plaza de toros.
Crónica: Víctor Dorado Prado
Galería fotográfica: @ Manuel del Moral Manzanares
Plaza de Toros de La Solana, más de media entrada del aforo permitido. Tarde agradable con ligera brisa que por momentos molestó a los de luces.
Se lidiaron novillos de Martin Carrasco, bien presentados y bajitos de raza y finales. Destacó el primero por su boyantía, recorrido y humillación. Los demás tuvieron nobleza y se dejaron, adoleciendo de falta de raza, tercero, cuarto y quinto. Al noble sexto le concedieron una excesiva vuelta al ruedo.
Carlos Aranda, de grana y oro: Dos orejas y oreja.
Ignacio Olmos, de blanco roto y oro: Dos orejas y dos orejas.
Victor Hernández, de espuma de mar y oro: Palmas y dos orejas y rabo.
Se declararon ganadores del I Certamen “Villa de La Solana” a Ignacio Olmos y Victor Hernández. Los tres novilleros y el mayoral de la ganadería salieron a hombros por la escalinata que conduce a la puerta grande.
Crónica: Víctor Dorado Prado
Galería fotográfica: @ Manuel del Moral Manzanares